Sunday, December 03, 2006

 

El poder mexicano

Si bien es cierto que, como apuntó en su momento Jorge Aguilar Mora, “todavía no hay nadie que le haga decir a Pedro Páramo otra cosa que lo que literalmente dice”, es decir, que es muy difícil o muy arbitrario hacer que el texto de la novela escape a su estricta literalidad, también es cierto que el discurso de la novela, el río de sus secuencias, se va montando desde la sabiduría de quien no tiene verdades totales o eternas.
Si la literatura simplemente quiere ser, presentar sin juzgar, tal vez por ello mismo aspire a desideologizar el lenguaje (lo cual no deja de ser una concepción ideológica de la literatura) y así, según esta postulación indemostrable, resulta que la construcción de un personaje como Pedro Páramo obedece a los requerimientos dramáticos más rigurosos de todos los tiempos.
Pedro Páramo, la encarnación del poder mexicano, es contradictorio, ambivalente, ambiguo en esa dimensión interior en que se muestra sufriendo por Susana San Juan o ejerciendo en el condado de la Media Luna —cacicazgo, territorio al que no llega el poder formal del Estado— sin piedad el dominio. Su absolutismo caciquil no lo exime de mostrarse “humano”, como el asesino que después de acribillar a alguien se conmueve ante la invalidez de un gato. Y puede ser todas las representaciones en una, legales o extralegales, desde Guadalupe Victoria hasta cada uno —todos en uno: un Porfirio Díaz de 50 cabezas— de los presidentes de la República posteriores.
—La semana venidera irás con el Aldrete. Y le dices que recorra el lienzo. Ha invadido tierras de la Media Luna.
—Hizo bien sus mediciones. Me consta.
—Pues dile que se equivocó. Que estuvo mal calculado. Derrumba los lienzos si es preciso —dice Pedro Páramo.
—¿Y las leyes? —pregunta Fulgor Sedano.
—¿Cuáles leyes, Fulgor? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros.
Toca así Juan Rulfo los puntos más inconscientes de la legalidad mexicana.
País ilegal, mundo en el que sólo se invoca la legalidad como coartada, México tiene su representación en Comala: el reino de la impunidad. Como el Presidente de la República mexicano, Pedro Páramo no le rinde cuentas a nadie y así, poco a poco, a medida que transcurren los años desde su publicación en 1955, Pedro Páramo, la novela, va convirtiéndose en la gran metáfora del poder mexicano, la quintaesencia del cacique y del absolutismo presidencial, el modo de ser de la presidencia autoritaria, el estilo del poder mexicano.
Adriana Menassé reflexiona en La ley y la fisura sobre la ausencia de la ley en el condado de Pedro Páramo o la encarnación de la ley que el cacique de Comala asume por sus pistolas.
“En México el atropello queda impune. El poder está más allá de toda justicia, porque si nada lo funda, ante nada tiene que justificarse. No hay entonces restitución del Orden porque no hay Ley ordenadora.
“Por eso en México transgredir es la norma. Transgredir por la fuerza o por la astucia porque la legalidad es sólo el conjunto de normas que el dominador le impone al dominado, el amo al siervo o al esclavo. Quien tiene poder está fuera de la ley, exento de las obligaciones que impone la ley; todo poder, por lo tanto, incluso el más mínimo, se esgrime como fuerza. ¿Quién no teme en México encontrarse con una policía cuyas arbitrariedades quedan siempre ocultas bajo el amparo del poder?”
Y todo esto dicho a partir de la “inofensiva” literatura, a partir de esa bomba de tiempo que puede ser Pedro Páramo.
En el país de la impunidad —ennumérense aquí las fechas históricas en las que los no pocos crímenes políticos quedaron definitivamente impunes— “al transgredir se expresa o se adquiere poder”, tanto desde arriba hacia abajo, desde la instancia más elemental del Estado, como en la vida cotidiana.
En la desolación de Comala, lo único que ocupa un lugar en el espacio es la ausencia de la ley interiorizada.
Pedro Páramo: dios único, dios inverso y sin fe, dios de la arbitrariedad y el sinsentido.
Pedro Páramo: metáfora de la descomposición del poder en la tesis de Adriana Menassé, metáfora de todo el inconmensurable poder, y también “de la mentira, el cohecho, la falta de escrúpulos”.
Y ¿de dónde le viene este poder a Pedro Páramo y/o al Presidente de la República?
Marcel Mauss indaga el origen de los poderes mágicos en las primeras comunidades tribales australianas, en los mitos, en las etapas más ancestrales y atávicas de la humanidad. Quiere desvanecer al antropólogo francés el vaho que deforma los rasgos más pronunciados del poder. Y sospecha que “el poder mágico proviene del nacimiento, del conocimiento de la fórmula y de las sustancias, de la revelación por el éxtasis”, como si mediante una trasposición analógica se estuviera refiriendo al gobernante, al cacique, a Pedro Páramo, al capo mafioso, al Presidente.
¿De dónde emana ese poder delegado, temporal, sexenal o vitalicio? ¿Del consenso social? ¿De las armas? ¿De la fuerza? ¿Del fraude electoral? ¿De la intimidación?
La voluntad popular de las democracias representativas equivaldría en Mauss a “la perfecta credulidad de los clientes del mago” que no vive en un vacío social sino en una provincia de relaciones.
El mago, el gobernante, el Presidente, Pedro Páramo “es un ser que se ha creído y se ha colocado, al mismo tiempo que se le ha creído y se le ha colocado, en una situación sin par”, de modo semejante al mandatario. Ha bebido en el mundo de las fuerzas sobrenaturales, pero “esos espíritus, esos poderes, sólo tienen existencia para el consensus social, la opinión pública de la tribu”.
Como el primer ministro, el dictador, el Presidente, el rey, el gobernador, el cacique Pedro Páramo, el mago australiano “es un ser que la sociedad determina y empuja a verificar su personaje”.
Porque su poder es tabú y nadie puede tocarlo.
Hay algo terriblemente primitivo en el poder mexicano, mucho de sagrado, una condición inapelable por la vía democrática, un destino intransferible. De ahí la satanización consecuente de quien se atreva a desafiarlo.


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